martes, 18 de octubre de 2011

Campañas con efecto contrario: ¡no votar!

Por Jairo Cala Otero
Conferencista - Editor

El teléfono sonó muy temprano, por la mañana.

-¡Buenos días! A la orden - dije.

-¡Hola, amigo. Soy Blanco. ¿Me recuerdas?

-Sí, claro. No solamente por tu apellido sino por tu transparencia, por tu esencia natural.

-¡Ah, qué bueno, amigo! ¿Tienes tiempo para mí?

-Sí, por supuesto, lo tengo. Te escucho, adelante.

-Estoy muy enfadado. Porque los mercaderes de votos han arreciado su «guerra sucia» contra la ciudadanía, misma a la que pretenden cautivar para que los elija; para que ellos puedan pelechar con el presupuesto público.

-¿A qué aspecto, en concreto, te refieres, Blanco?

-Al ruido que producen con altoparlantes hasta avanzadas horas de la noche. A los discursos baratos, llenos de promesas imposibles de ejecutar; anuncian lo inimaginable y se declaran los ganadores absolutos sobre sus contendores; calumnian a aquellos, y levantan falso testimonio, pero se declaran santos de cuerpo entero.

Contaminaron las calles, postes, separadores, fachadas de edificaciones públicas, cabinas de teléfonos públicos, puertas y ventanas ajenas, cestas de la basura, entre otros lugares, con su propaganda engañosa. Creen que esa publicidad les produce votos. ¡Al contrario, genera rechazo! Pero los muy adormecidos -o mal aconsejados- están convencidos de que con producir basura allegarán muchos votos.

-Así es, Blanco. Tienes toda la razón. Esos señores se quedaron en una era pretérita. En pleno siglo XXI todavía usan vallas, volantes, adhesivos, pasacalles, tarjetas, folletos, pancartas y avisos rodantes; además de retórica «veintejuliera» en estaciones de radiodifusión, en un esfuerzo extremo por conquistar gente que les siga la corriente. No conocen los debates sobre ideas. Muchos ni siquiera tienen ideas. Con esa plata que malgastan en propaganda, podrían hacer obras en las comunidades pobres; entonces, tendrían votos «como arroz».

-¡De acuerdo! Son muy obtusos, apenas se concentran en el caudal de votos que necesitan para hacerse al poder político, con el que puedan hacer de las suyas -como siempre ha sido- y solventar las dificultades monetarias que tengan. ¿Dónde tendrán las propuestas creíbles, los proyectos ejecutables, las intenciones sanas (las caras dicen lo contrario), el perfil de personas honradas, las conductas amigables y sociables, la decencia? Si así procedieran, y se comportaran en concordancia con ello, conquistarían muchos más votos de los que tienen en sus cuentas alegres.

-Dijiste decencia, Blanco. Ese vocablo es ajeno para la gran mayoría de esos mercaderes electorales. Jamás lo han leído en ningún diccionario, y, por ende, no saben qué significa; mucho menos, cómo se aplica. Tampoco tienen ideas, solo peroratas fatigosas; se dedican a despotricar de los contrincantes, no proponen programas de redención social; sus intenciones se circunscriben a hacerse al poder para llenar honduras económicas «a como dé lugar»; su conducta de guasones reluce siempre, porque a los incautos que les creen su propaganda jamás les cumplen, pese a que aquellos piden redención social para sus comunas.

-Ya que los mencionas a ellos, amigo, en ese circo en el que quieren ganar los más payasos, caben también los ingenuos. Los electores de siempre, los que creen toda esa cháchara electorera y caen «redonditos» todas las veces. Las promesas anodinas de los politicastros alborotan el alma de esos míseros ignaros, los pone a soñar despiertos y los deja convencidos de que cogieron el cielo con las manos. Treinta mil o cincuenta mil pesos insuflan cáncer en su consciencia, por eso se venden al mejor postor para dar su voto el día de elecciones. ¡Más respeto de sí tienen las rameras! Otros sueñan con un puesto en una entidad del Gobierno, por eso votan; los demás, creen que les van a regalar casas. ¡Unos y otros viven en otra galaxia! Ni los puestos alcanzan para todos, ni los mercaderes electoreros tienen facultad para obsequiar lo que no les pertenece.

-Entonces, Blanco, ¿qué hay que hacer, según tú?

-Hombre, ¡me extraña tu pregunta, amigo! No creer en esos bárbaros. Son los que se han tirado al país durante más de cien años. Tienen como «atributo» el haber sembrado el peor cáncer que pudiera existir en alguna parte de la galaxia: la corrupción. Son «dueños» de habilidades para causar el mal frente a su incapacidad para presentar iniciativas que rediman a sus electores. Se llenan los bolsillos de millones de pesos cada mes, mientras a sus compatriotas (incluidos los tontorrones que votan por ellos) los tienen comiendo estiércol con un mísero salario. ¡Quienes ganan 190 mil pesos son ricos!, dicen. En muchos casos, tiene más dignidad un obrero de construcción que un cacique electorero vestido de chaqueta y corbata.

-Pero, no me respondes, Blanco. ¿Qué hay que hacer?

-¡Seguirme a mí! Yo también valgo y tengo peso electoral. La diferencia con esos engañadores es que yo no contamino, no prometo falsedades, no hago alianzas para delinquir, no soborno, no chantajeo, no meto las manos en el presupuesto público, no violo (ni las normas, ni a electoras). ¡Soy como mi apellido: Blanco!

-¿Y sí te cuentan electoralmente?

-¡Claro que sí! Los politiqueros hablan mal de mí, porque no les conviene contarle la verdad a la gente incauta. Pregonan que yo, Blanco, no tengo valor en las elecciones; que a mí me suman para el candidato con más votos, etcétera. ¡Mentiras! Tienen miedo. La Constitución manda que cuando yo gane las elecciones, todos esos bellacos tendrán que ir a llorar al cementerio; porque las elecciones tendrán que repetirse con candidatos nuevos. Así que voten por mí, por Blanco. ¡Después no se quejen de haber facilitado que los mismos roedores estén comiéndose el queso de sus impuestos, y haciendo tantas otras vagabunderías en las que son expertos! ¿Me entendiste, amigo?

-Sí, señor. Tengo clarísima su filosofía. ¡Votaré por ti!

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** Bucaramanga, octubre de 2011 **

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