Jueves 4 de abril, 2013
De: Mario Pachajoa Burbano
Amigos:
Hace muchos años cuando jugábamos en la Lomita de Cartagena de
Popayán con los Burbanos, sentíamos miedo al recoger una pelota que caía cerca
de una choza en la que vivía una anciana, que nuestros amiguitos nos decían que
era bruja.
Hernán Franco Ramírez, quilichagüeño residente en
Houston, USA, editó un folleto "Así era Popayán" con parte de los
escritos de Nohra Delgado de Hormaza en donde hemos encontrado el artículo de
hoy. Hernán dice en su Prólogo: "es un privilegio tener la oportunidad de
colaborar en la publicación de este homenaje que Popayán le rinde a la memoria de
Nohra Delgado de Hormaza con sus escritos de hechos y de personajes que adornan
la historia de esa Ciudad Fecunda.. H.F.R., enero 9 de 2008".
Nuestros agradecimientos para Hernán por enviarnos su selecto
Folleto.
Cordialmente,
***
ASI ERA POPAYÁN
Carta a mis recuerdos
Por:
Nohra Delgado de Hormaza
Editor: Hernán Franco Ramírez
Houston, USA, enero 9 de 2008
Mamá Dominga pienso en ti. Pienso que te veíamos desde lejos
despreocupada y envejecida cuando nuestra alegría navideña nos llevaba hasta tu
colina para coger el musgo del pesebre. Sobre un rústico banquito se asentaba tu
sombra, marchitándose al sol. Quizá ya se habría apagado en tus ojos esa radiante
estrella cuyo brillo, siempre en el corazón, nos suaviza la aspereza de la
vida. Tal vez tu alma languidecía en soledad con un silencio de ventana
cerrada, pero sé que tu corazón era granado de recuerdos. Ya alguien dijo que "nadie
se cura de su infancia jamás".
Pienso en tu rancho de cañas separadas por donde se aflautaba el
viento de agosto y se cernía el frio invernal. Era tu cabeza una blanca maraña que
divisábamos desde abajo, como espuma marina suspendida sobre las matas. Tu rancho
era el único existente en aquel lugar de La lomita de Cartagena. Ahí te sentías
dueña y señora del espacio. La muchachada lo creía y te respetaba tomando en cuenta
lo mágico e ingenuo de esa fabula.
Esa lomita que nos llenaba el espíritu de alegría, donde
elevábamos cometas, donde la flor del borrachero era azucena para nuestro anhelo
y la bosta de los caballos munición de guerra, poco a poco se dividió en gran
cantidad de lotes para la construcción de casas con jardines y apertura de calles
como cintas de asfalto. Quizá la invasión de lo que llamamos progreso, fue
incomprensible para tus costumbres casi aldeanas. Fue así como el encanto
agreste de aquel cerro, se diluyó en el tiempo.
Recuerdo que por los intersticios de tu cercado, te mirábamos con miedo,
como si fueses una bruja malvada. No obstante, en tu imagen ya senil, se
mezclaban lo angelical y lo enigmático. Tu manera de vivir independiente de la civilización,
te hacia importante y extraña. Cuando pasábamos corriendo por el sendero, te gritábamos:
¡Adiós mamá Dominga!, "adiós hijitas", nos contestabas con aquella
voz cascada que nos aceleraba el corazón.
Es lastimoso que mi pequeña condición de niña me hubiera impedido llegar
a menudo a tu albergue para hacer fuerte tu sencilla amistad, donde seguramente
habría encontrado una conversación amena. Después supe que las personas mayores
te visitaban para escuchar tus premoniciones. Dicen que vaticinaste un temblor
terrible que destruyó varias casas del lugar.
Todavía me parece escuchar tu voz trémula, mientras el humo del
tabaco te envolvía el rostro lleno de surcos. Sobre este idílico paisaje, estaba
el amor con la sencillez del mirto y la fortaleza del diamante.
Una tarde pasábamos con una pelota a jugar en la lomita. ¡Adiós
mamá Dominga! te gritamos como siempre. Sólo respondió el agudo ladrido del
perrito que permanecía amarrado a un naranjo. La ausencia de su saludo
significaba algo extraño. Con mi curiosidad de niña y con el corazón lleno de
valor, quise aclarar la duda. La ingenua imagen de tu rancho te sobrevivió por
pocos años, pero ya sin humo azul, sin gorriones, sin mariposas, sin el piar de
la pollada, sin vida, tontamente en el paisaje.
Tú no la veías, Dominga, pero la tarde estaba plena de oro. Las
golondrinas rayaban el cielo, y en la paz de tu sitio te agotabas sobre una
endeble barbacoa como la llama de una desgastada lamparita. ¡Qué pena tu
desaliento febril al lado del cuadro de la Virgen! Más tarde comprendería mi
espíritu el temple de las almas que sufren en silencio. La ingenua imagen de tu
rancho sobrevivió por pocos años, pero ya sin humo azul, sin gorriones, sin
mariposas, sin el piar de la pollada, sin vida, tontamente en el paisaje.
Dominga: Tu recuerdo ha quedado en lo más recóndito de mi
espíritu. Allí estás como la bruja buena y amable, entre el tañido de las
campanas de tu Ermita.
***
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