Gloria Cepeda Vargas
El surrealismo puede ser ese
zarpazo bretoniano de post guerra que nos volvió al revés o un empujón que termina
por descoyuntar la lógica. Y eso es lo que sucede en la Venezuela del siglo
XXI. Para los politólogos es anarquía, para los economistas derrumbe fiscal, para
religiosos y moralistas “un quiebre de valores”, mientras los autores de esta
nueva carta de navegación, aturden calles y asambleas con alaridos patrioteros,
recién desembarcados de sus lujosos yates o de sus aviones privados.
El ingreso a este mundo, por
surrealista único en el rompecabezas suramericano, ocurrió en Venezuela a
principios de junio del 2011 cuando el comandante Chávez confesó públicamente
ser portador de un “cáncer abscesado”(?) sin explicar en qué sitio de su cuerpo
moraba tan extraño espécimen. Siguió con hinchazones y calvicies esporádicas,
viajes a La Habana cada vez más frecuentes y terminó con un sainete doloroso y
ridículo a la vez: un combo de presidentes latinoamericanos y un príncipe
ultramarino rindiendo honores a un cadáver momificado que tras gruesa cubierta
de cristal, desafiaba el sol caraqueño de uno a otro extremo de la ciudad entre
voces plañideras y corridos llaneros.
Amarga e insólitamente
surrealista fue la proeza saltimbanqui creada por el Tribunal Supremo de
Justicia para invertir el espíritu constitucional, atrapando en el aire a
Nicolás Maduro e insertándolo de un puñetazo en la más alta dignidad de la
nación. Fuera de foco la actitud de Maduro casi transustanciado con el difunto.
Como si fuera un zombi, le ordena hablar, gesticular, insultar y hasta amenazar
por su boca. “Soy el hijo de Chávez”, farfulla. Lo que no le impide afirmar:
“Todos los opositores son hijos de Hitler” exponiéndose a que el monje Mendel
se le aparezca de noche y le temple los pies.
No debo terminar sin quitarme el
sombrero ante la increíble, formidable, casi sobrehumana campaña electoral realizada
por Henrique Capriles a solo trece días de las elecciones presidenciales. Hoy,
a las 7 p.m. del 1º de abril, encabeza en Caracas una marcha de banderas y
multitudes que se pierde de vista. Todos los obstáculos considerados reales, se
los traga. Definitivamente, Venezuela es un testimonio de nuestra dualidad
irreductible y mágica.
Contra el mesianismo cipayo, mesianismo y medio color local!!!
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