CALMA CHICHA EN EL PROCESO DE PAZ
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano
“Vallejo
ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada,
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...”
Cesar Vallejo en: Piedra negra sobre una piedra blanca
Con
mucha euforia comenzó el proceso camino a la paz en este país unas veces lleno
de espinas, cilindros-bomba, promesas del Gobierno, desatinos del Congreso y
otras con carnavales, festivales de poesía y reinados de confetti.
Muchos
viajes, viáticos, fotos en moto Harley Davidson, hotel de lujo, lavatorio de
pies y masajes, retrocesos con torpedeos por la derecha: En fin, un tiraafloje
democrático en este país ultramacondiano en donde pueden aparecer de día
diablos en Airbus y ángeles violados o muertos en hospitales.
Sabemos,
por anticipado, que la paz, en vez de ser una paloma blanca perfumada, con
corbata y dócil, se ha convertido en una resbaladiza sanguijuela que desangra
el erario y que no se deja agarrar.
La
paz tiene muchas aristas, también, como monumento de vidrio martirizado, lleno
de sangre, de dudas, de cabellos despeinados. A veces la paz es un objeto no
deseado. Cuesta tanto reconocerlo después de más de 60 años de tropiezos,
caminatas por la selva, incendios en pueblos y bosques e inundaciones no
atendidas.
Cuesta
pensar que la paz es sinónimo de descanso, de silencio productivo, de trabajo
justo y bien pagado, de justicia rápida y eficaz, de defensa de nuestras
riquezas naturales y patrimonio inmaterial, de obras terminadas y sin mordida.
No. A los colombianos se nos ha perdido en la memoria la cara de esa señora
digna y serena que camina por plazas de mercado, que saluda y da la mano.
No
es una reina, no es una mula muy bien trajeada, no tiene su cartera llena de
dólares para visitar moles, boutiques, casinos con cadenas de oro en las
muñecas y collares de mil dólares al cuello. Así la han convertido nuestros
políticos y amigos, nuestros embajadores, nuestros narcotraficantes, concesionarios
temporales y dueños de empresas que talan árboles y contaminan ríos. Van en
jets personales, pasan raudos en sus camionetas con vidrios ahumados, con
gasolina oficial, como dueños de toda la situación. Lo que menos hacen es
pensar en lo que se dice en entrevistas: una paz anhelada. Ellos no sufren porque tienen una nube dorada de
escoltas y el erario a su disposición. Ellos sí descansan en paz todas las
noches y los días.
Si
se ha pensado en estos días de perdón, de pasión, de cruz, de besos de pies, de
muerte y resurrección, eso tal vez hará relación a la guerrilla, a los
bandidos, como dicen los coroneles y generales y capitanes por TV. No nuestros
buenos ganaderos, nuestros piadosos congresistas, nuestros generosos
empresarios, nuestros probos jueces. No, no. Ellos tienen ganado el cielo.
O,
mejor, ellos al fin han comprendido
que
el cielo es aquí en la tierra
y
que el infierno no es para ellos.
Es
para los trabajadores, para la gente de la plebe, para los LGTBI, para los
negros, para los cafeteros de parcela, para los paperos de pueblo, los
arroceros sin máquinas recolectoras, para los cañeros de ingenios como en El Alférez Real. Ellos sí están probando
lo que es el infierno y lo que es la paz que buscan en el paraíso de Cuba en el
Varadero que acondicionó Al Capone con su gracia y suavidad. Esa fue mi
meditación. Mi devoción fue pensar en César Vallejo y su aguacero.
En
fin. ¿Deberemos seguir pensando en la paz, como mansa paloma, blanca, bien
comida y pagada en una fábrica, en un almacén, en una plantación de caña y sin
ejército de 450 mil efectivos y 7000 muchachos?
30-03-13 10:46 a.m.
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