Por:
Jorge Muñoz Fernández
Soy muy niño, pero quisiera, a veces, tener la edad de mi hermano
mayor, veinte, para poder salir solo a las fiestas de mi pueblo, entrar al
circo, jugar fútbol en los campeonatos de Ortega, Tolima, y cosechar café en el
Eje Cafetero. Qué bueno sería comprar un celular y vestir ropa nueva.
Qué agradable es ser niño, jugar con mis hermanos, esperar ansioso
los domingos para que mis padres me lleven al pueblo a comer conos y oír a los
culebreros, aunque me aburre que nunca sacan a la “Margarita” de la caja. Me
gusta cuando dicen: “...quieta Margarita, animal feroz que tú no puedes más que
Dios. Esperen un tantico que voy a mostrarles a mi colaboradora, venida de las
selvas donde el Plan Colombia persigue al Mono Jojoy y a Don Manuel, alias
“Tiro Infalible”
Esos señores son como los médicos que acompañan a los políticos en
las elecciones: tratan enfermedades incurables. El domingo pasado mi papá
compró tres frasquitos para que mi mamá se cure de “una penosa enfermedad”,
pues eso es lo que ella tiene, según le oí decir al culebrero.
El culebrero gana billetes por montones. Una mujer muy bonita, a
quien le llama Margarita II, recoge la plata en un canasto. ¿Dónde quedarán las
montañas del Plan Colombia? ¿Por qué le dirá Margarita II?
Me gustó cuando dijo: “...esto no le cuesta cien mil, lo que vale
una consulta especializada, ni cincuenta mil, ni cuarenta mil, lleve por sólo
treinta mil pesitos la mejor medicina de este cuatrienio” y, mi papá, Ciro
Ducuara, hay mismo aprovechó la rebajona y le compró tres frasquitos. Mi papito
dice que con esto ella se mejora. Estoy feliz.
Ser feliz es agradable. Los niños somos felices y jamás pensamos
en la muerte. Sólo los viejos piensan en la muerte, los niños somos inmortales.
¡Qué bueno saber también que soy inteligente! Una vez le dije a mi
profesora, no sé por qué todas las profesoras me parecen lindas, esto fue en la
Escuela de El Vergel: “profesora, por qué no prende la ventana para que entre
el aire fresco” y la profe la abrió, pero me dijo: “Pachito, las ventanas ni
las puertas se prenden, se abren” y me gustó porque se echó a reír y me dijo
que yo era muy inteligente. Entonces, abra la ventana, le dije, pero sería
mejor cerrarla cuando pasen los grupos terroristas, porque yo no quiero que
ellos me inviten a jugar con sus fusiles, pues cuando uno agarra un arma se
siente más grande y yo anhelo seguir siendo niño y no morir como terrorista en
un campo de batalla. ¿Qué será terrorismo?
Yo apenas tengo ocho años. Qué agradable saber que el sol se
vuelve dulce en las naranjas, y saber que la luna hace crecer la hierba y el
maíz, aunque no entienda eso de las mareas altas y bajas que le escuché a mi
prima Carmenza Tique, a quien un tipo que ella cariñosamente le dice traqueto,
la llevó a conocer Cartagena, porque yo no conozco el mar, además, siento miedo
de los tiburones que viven en la costa atlántica y que, según el vecino de mi
papá, se están desmovilizando.
Ahora mismo voy caminando alegremente por la pequeña finca que
compró mi papá, lo único que no me gusta es que la gente dice que aquí hubo
hombres armados con moto sierras. Claro que más arribita estaban los muchachos
que son partidarios del tal “Tiro Infalible”. Huy, a ese man como que lo han
matado quince veces.
Me gusta caminar por la finquita de mi padre. Es hora ya de
regresar, grata es la brisa de las cinco de la tarde pero odio los mosquitos.
No sé qué me pasa. No veo el sol de los venados, tampoco a mi papá. Mis
zapatos. Una explosión terrible. Olor a pólvora. Arriba en las ramas del
gualanday alcanzo a ver mis dos piernas, un brazo y parte de mi estómago. Hay
pedacitos de carne pegados en los árboles. Veo sangre, pero no sé cómo puedo
ver todo esto si mi cuerpo está desintegrado.
Si alguien me hubiera enseñado qué era una mina antipersonal,
pero, ya ven, lástima que sea demasiado tarde.
Vancouver B.C. junio 22 de 2005
Del libro Coordenadas Periodísticas, en proceso de Edición
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